La señora Amelia
En las frías calles de Londres, conozco a una mujer que me tiene desconcertada, posee la capacidad de ser amable e hiriente, en una misma frase. Su boca es una ruleta rusa, no sabes si va a disparar o te vas a librar. Pudiera parecer que es sencillo alejarse de alguien así, pero, es muy atrayente. Es crítica y observadora, sorprendentemente te deja cautivada, con sus teorías y su inteligente forma de describir la vida y a las personas. Me encuentro a mí misma en silencio, esperando lo próximo que va a decir.
Para ser una persona bastante solitaria, me cuenta sin tapujos cualquier intimidad, de esa forma tan cercana, como la conversación que tienes con tu mejor amiga. Pasa de un rostro serio a emocionarse, de un momento a otro. Al principio pensé que algo en ella no era normal, ahora sé que lo único anormal es la sociedad. Ella es auténtica, sin filtros, ni convencionalismos, es algo que puede resultar abrumador, acostumbrados a tantas normas sociales. Le gustan los animales y eso siempre habla bien sobre alguien. Saca conclusiones que comparto, estaría horas en esas charlas y tomando té muy caliente.
No sabría explicarlo, pero algo en ella me resulta familiar. Dos sillones en una habitación repleta de libros, le encanta describirme obras nuevas y yo disfruto de ello. Una de esas tardes contemplo fotografías apiladas en un antiguo mueble, en el que no había reparado. Me quedo atónita con una de ellas.—¿Conoces a mi madre?
—La conocí hace muchos años, el día que llegó al mundo.
Foto: Yaroslav Shuraev.
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