El secreto de la luz roja

 A la llegada de su mensaje, agarras el móvil como si te aferraras a él. Cierras los ojos y al volver a abrirlos, te encuentras en ese lugar perfecto que tanto amas. Creado con todo aquello de lo que te gusta rodearte, la penetrante y negra noche, el movimiento de una cálida llama, un entorno suave. Y luz roja, que nunca falte luz roja. 

Tu pulso se acelera al sentirle justo detrás de ti. Mientras besa tu cuello y sube su mano por tu pierna, empieza a desvanecerse todo lo demás. Te ancla al presente, no puedes, ni quieres escapar. Le deseas más de lo que te gusta admitir, no eres una niña buena y con él no debes fingir serlo, ni reprimir nada. Todos los dioses mitológicos os recorren y envuelven. 

El instinto primario surge, recordando los animales que seguimos siendo. Y es precisamente el que te hace arquear la espalda y con ello, aparece su suspiro, junto a esa dureza que deleita las profundidades de tu cuerpo. Acomodas las manos en el cristal y te rindes, a él, a ti misma, a esa parte interna que arde, que grita. Esa parte que te afanas por acallar, pero termina resurgiendo. Es una pieza importante, tuya y nada debería ocultarla. 

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