Justificaciones por amor

 Siento entre ternura y molestia, por esas justificaciones que se hacen por minimizar daños. 

—No es antipática, es porque tiene un mal día. 

¡Ah vale! ¿Y los otros 364 días, que le pasaba?

—No tiene un problema con el alcohol, es que se ha acostumbrado a beber.

Ya, es lo que tienen los vicios, que se hacen costumbre. 

—No tengo “mala” relación con mi hermana, prefiero no verla, porque discutimos mucho. 

Hombre, pues igual, una relación “muy sana” no es. 

—A mí me encantan los niños, pero me molestan.

A lo mejor no te gustan tanto. 

Y así, sucesivamente. Son esas cosas ilógicas que se dicen, para que no parezca tan malo. Igual que las respuestas que tú piensas y no dices, para que no sienten mal. 

Como esa amiga que tiene un perro, que no le hace ni puñetero caso y te dice: 

—No es desobediente, eh, lo hace porque es rebelde —y tú la miras con cara de compasión. 

O vas caminando, con esa persona “un poco torpe” que cuando se ha tropezado tres veces con una línea, le dices: 

—Está el suelo fatal —os miráis y sonreís sabiendo que no es verdad, pero reconforta. 

A veces hace gracia y otras saca un poco de quicio (porque es como negar la evidencia) pero así vamos sobreviviendo. 

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