Mi mochila

 Mi fiel compañera. Soy una ferviente defensora de
no aferrarse a los objetos, sobre todo porque terminas en una espiral de acumulación de trastos, completamente innecesaria. Pero siempre existe algún elemento que te roba el corazón.

Ese libro al que acudes por necesidad emocional y que siempre mantienes cerca de ti. Esa camiseta desgastada, que se acopla perfectamente a tu cuerpo y la buscas cuando quieres sentirte cómoda. Tu taza favorita, la que utilizas cada día, esa taza que tiene el tamaño, apariencia y grosor exacto para ti, lo que la convierte en tu taza de confort. Algunos objetos pasan de ser solo un utensilio a formar parte de ti. Te acompañan, te representan y se transforman en “casa”.

Mi mochila ya es una extensión de mi cuerpo, cabe en esa expresión de, si las paredes hablaran… Va conmigo a todas partes, sabe más de mí que la mayoría de personas que me conocen. Ha asistido a comidas, meriendas y cenas, a visitar lugares, a hacer la compra, de paseo, a la playa y excursiones de montaña. Ha estado en manifestaciones, me ha acompañado al trabajo guardando lo que pudiera necesitar durante la jornada. Una más, en vacaciones de verano, escapadas de fin de semana y Navidades, ha visitado hospitales y casas ajenas. Sentada sobre mí, en un banco del parque, mientras pensaba que hacer con mi vida.

Ha presenciado tantos acontecimientos, que cuando no recuerdo bien algo, estoy por preguntárselo a ella. Está descolorida, magullada y descosida por alguna parte. Sé que tengo que jubilarla y llevo tiempo convenciéndome (o intentándolo) pero aún no lo he conseguido. Sospecho que hasta que se desintegre, me resistiré a dejarla descansar en paz.

Derechos reservados©